Brasas

Hay tanto no dicho, tanto desdicho y tanta desdicha, hay tanto desmentirse y deshacerse y descoserse en estos vaivenes del sentimiento cuando uno se levanta, irreconocible, familiar y aún así desconocido. Somos como polillas yendo al fuego, furiosamente conscientes de nuestra condición ineludible de inflamabilidad, acercándonos con cada batir de las alas a la llama que marca el final, y hay una cierta dulzura en esa fatídica imagen. Hay libertad en la compulsión. Hay una certeza en ese momento en que el llamado profundo de las brasas hace mella en las entrañas y manda el impulso neuronal que comanda el avance. Es la certeza del contraste, la absoluta distinción de vida versus muerte; la libertad surge entonces de entre las cenizas, de ese último instante en que la vida ardió echando una estela de chispas rojas al viento.

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